martes, 4 de octubre de 2011

Claroscuro del bosque

Claroscuro del bosque

Marta Azparren y José Luis Gómez Toré

Ed. Amargord.

Cuenta Primo Levi en su escalofriante novela-testimonio Si esto es un hombre, que la primera impresión de horror que experimentó en Austwitch no provino del odio o la agresividad que ya esperaba en los guardianes y gestores del Campo sino de todo lo contrario; su silencio, su burocratizada naturalidad, su indiferencia ante el sufrimiento sin límite de los prisioneros.

Aunque ni mucho menos es únicamente eso, Claroscuro del bosque, como todos los libros fronterizos, sugiere una reflexión tangencial pero no por ello menos intensa sobre el Holocausto. El tema central de Adorno sobre la imposibilidad de la poesía –del símbolo- tras la ruptura de todos los símbolos y el soplar de todas las trompetas, es epigrafiado sutilmente en este libro a partir de la desconocida charla que un sombrío Heidegger mantuvo con el poeta Paul Celan en su cabaña de la Selva Negra.

Como es sabido, ambos hombres estaban separados por la distancia abismal de sus divergentes relaciones con los crímenes nazis, el alemán con su postura tolerante, por no decir abiertamente favorable al reich, y el rumano como víctima directa e indirecta del Horror. Por eso nos podemos preguntar cómo fue (qué fue) la conversación que mantuvieron, teniendo en cuenta además que ambos eran conocedores y admiradores de sus respectivas obras, ¿cuál fue el asidero al que se aferraron para tocar, o más probablemente obviar, el Tema?, ¿qué clase de semiótica sirvió para franquear el foso de impresiones, prejuicios y recuerdos? La palabra, y en este caso el gesto, la mirada, la presencia, como verdadero camino de redención, sin duda pudieron ser vías para el entendimiento, para la comunicación o incluso para la posibilidad de la amistad, ¿pero fue eso suficiente?

Claroscuro del bosque, nos propone asomarnos a ese enigma y al mismo tiempo a la vía de comprensión del enigma, es decir, a la correspondencia de las señales con las señales, el itinerario boscoso de la sonrisa, el escalofrío o la palabra-cordel que igual sirve para unir como para estrangular. Una colilla en los labios, un gesto o un mohín tanto pueden figurar orgullo, desprecio o piedad pero este mutismo, esta ambigüedad, en el filósofo representan su negativa a dar una explicación (a darse una explicación) y en el poeta la necesidad simultánea e imposible de olvido, cordura y memoria.

Claroscuro del bosque está formado por un poema a dos artes (palabra y dibujo) que surge de ese laberinto, de ese “bosque de símbolos” viejo pero aún necesario, un mapa para guiarnos ante el encuentro del que nada sabemos y que al mismo tiempo podemos imaginar entre astillas de horror y tristeza, sí, pero también de admiración y esperanza. “Cuantas veces se nos rompió la cuerda/ alguien quiso anudarla.

La afortunada combinación de palabra y dibujo como un todo, viene seguida y complementada por dos textos de los coautores. El primero es un artículo o pequeño ensayo donde José Luis Gómez Toré reflexiona sobre el trasfondo del poema de Celan Todtnauberg (el mismo nombre de la localidad donde aún se encuentra la cabaña), para llegar a la conclusión de que tal vez la solución al enigma generado por la necesidad de recordar y al mismo tiempo de mirar hacia delante, sea el silencio. Pero no el silencio destructor e ignominioso de los esbirros o de los errados a que se refería Primo Leví, sino, como aduce con gran acierto Gómez Toré, al silencio capaz de “no instrumentalizar la dignidad del otro, ni su sufrimiento, ni su memoria”.

Por último en la parte que actúa como coda final, Marta Azparren habla del viaje que ella no pudo hacer a Todtnauberg a pesar de tenerlo al parecer planeado, y ofrece un sutil paralelismo de ese no-viaje con la no-fotografía, que pudo hacerse de Celan y Heidegger juntos. Las palabras finalizan aquí con el croquis, llamado precisamente “de desencuentro”, de un imaginario mapa de ruta de palabras y silencios donde, por cierto, se incluye con cierto humor un espacio improbable en un bosque pero muy importante en toda conversación que se precie (al menos para quien esto escribe): el bar.

Claroscuro del bosque, un libro delicioso y sugerente en una edición muy cuidada, con el aroma al bosque del encuentro de dos hitos culturales cuyas obras resumen como pocas las alturas y los abismos del terrible siglo XX.

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