viernes, 5 de mayo de 2006

2666. Está dicho todo

2666
Roberto Bolaño



Cumplido ya de sobra el aniversario de su publicación no me parecería mal acuñar un nuevo término para definir 2666, el faraónico libro del llorado Roberto Bolaño. Si en la historia de la gran literatura hay novelas río que despliegan sus sagas especulares a lo largo del camino, o novelas bosque en las que perderse con miedo o con furia, o incluso novelas mar donde se fruncen los elementos del alma humana como si fueran láminas de zinc, esta novela podría ser una novela astro, no se sabe si luminoso u oscuro, si deslumbrante o por el contrario aplastante, atrayente, alusivo a un rincón del universo insoportable, como un agujero de gusano directo a las profundidades del corazón o de las tinieblas, que al final es la misma cosa, como nos muestra la literatura y las páginas de sucesos.
Las cinco partes que componen este tratado sobre el mal absoluto (y sobre la inocencia), tienen poco en común, están redactadas con distinto estilo, sus personajes varían, su fiebre no es la misma, excepto por que todas hablan de la redención del hombre, cuya alma acaso pende de un hilo o del capricho de un improbable Zeus. El obligado menú, al que todos estamos convidados, de levantador de piedras derrumbadas por la pendiente de los años, nos lo comemos a pesar de la inteligencia, de la astucia, del amparo de la fábula al calor del fuego, nadie ha sido capaz al fin de burlar el curvo cuchillo de Tanatos.
Se ha hablado mucho ya –aunque no demasiado- sobre 2666 con una reverencia a la que humildemente me sumo, se le ha otorgado la pírrica –y nunca tan merecida- victoria del premio Salambó, pero el potencial simbólico, tal vez atávico, que posee esta obra creo que se ira desentrañando en los próximos años, o siglos ¿Por qué no pensar en un posible 2666 como fecha conmemorativa ­-si es que lo que llamamos cultura aún sobrevive- para prorrogar la sensación de orfandad, de sequedad en el cielo del paladar ante acontecimientos de la más monstruosa cotidianeidad?, o tal vez para recordarnos que lo importante es siempre la pregunta, la cifra tatuada en el cadáver, que no significa nada, que lo significa absolutamente todo.
La búsqueda de ese escritor invisible, Archimboldi, en el telón de fondo del asesinato de la inocencia, sobrevivirá, me parece, sobre todo por el poder coral de sus personajes, por el ulular incansable de los nonatos (no precisamente de ficción) dispuestos a morir como las huestes de un ejército, y de fondo siempre una historia contada por un idiota, pero uno de los idiotas más sabios que hemos tenido el placer de leer, la gran literatura que nos expone abiertas de nuevo, como un carnicero en su mostrador de negro basalto, la desesperación y la esperanza.

1 comentario:

Miguel Angel Gara dijo...

Esto es una prueba