viernes, 1 de diciembre de 2006

Al fin un Poeta


Porque es un lujo para la lengua castellana tener a un poeta de esta categoría. Porque la poesía lo merece.
Gamoneda= Cervantes.
Brindo por ello y dejo aquí, queridos amigos invisibles, este pequeño ensayo. Espero que os guste.

Antonio Gamoneda.
Los huesos de la palabra

Que Antonio Gamoneda está entre los tres o cuatro mejores poetas vivos en lengua castellana de los últimos sesenta años es un secreto a voces, que eso se refleje o no en premios y reconocimientos, como este reciente Cervantes no tendría que tener mayor mérito, habida cuenta de las relaciones del arte y la mentira del arte con las prebendas políticas y con los tortuosos vericuetos institucionales.
Porque precisamente si la poesía de Gamoneda llega, o parece que llega, directamente de/hacia un centro extraviado de la conciencia, pero vivo, intenso con la sensación de relieve frío de lo esculpido en metal, se debe a que tiene la virtud única de despojar a la palabra de la mentira que la rodea como si fuera carne, carne, por otra parte, vapuleada y mancillada por el uso, sudada y dirimida como crasa vestidura que ahoga el significado. Gamoneda exhuma la palabra, extrae el hueso pétreo y trascendente que la sustenta y nos alimenta de su médula, de su fuego escondido ¿La verdadera razón de la poesía es volver al principio del verbo, convertir en creación su acto, su acontecimiento? es lícito pensar que al menos ese es uno de sus motivos esenciales y con seguridad el más obviado en tiempos en que la palabra (el exceso de palabras), confundida con la información y aún con el conocimiento, se convierte en una plaga de langosta.
Aparentemente Antonio Gamoneda no es ese poeta prometeico en el sentido que hablaba León Felipe, comprometido, whitmaniano, insertado en el hecho social o en el laberinto social al que también él se aproximó en otras épocas menos democráticas (Kafka nos revela que los laberintos, con o sin hilo de Ariadna, se despliegan desde el corazón mismo de Teseo), pero sin duda está emparentado con la estirpe de titanes que otorgaron el fuego al hombre, lo que quema, la visión inútil de la verdad, cara a cara con los sonoros silencios. Mirar la muerte de frente y encontrarla hermosa porque representa todo lo que se deja atrás, un instante antes, una vida antes.
Gamoneda dice la verdad mintiendo, como todo gran artista, o como esas paradojas orientales, las koan que tratan de abolir el tiempo, transportándonos al vacío esencial donde comienza la creación. Gamoneda da palmadas con una sola mano, “Ves las rosas temibles”, despojando sintácticamente la frase hasta el estremecimiento -en la forma en que uno de esos pájaros de las mesetas indias transporta a los muertos al cielo a fuerza de devorar su carne- para otorgar de nuevo significado a la palabra gastada como moneda (rosa) y lograr que brille entre sus geométricas cenizas.
Al margen de la minuciosidad y el extremo rigor de su escritura, hay una dificultad en la poesía de Antonio Gamoneda que traspasa el mero aspecto técnico, y es la capacidad física de estremecer con la quietud. Si hay un indiscutible don de la ebriedad, también hay un don de la inmovilidad, que en un ser vivo significa fuerza contenida, poder congelado de tiempo. La única forma de sentir realmente el vértigo no es caer, si no ser (o parecer) inmóvil frente a lo que cae, frente a lo que es eliminado paulatinamente en su (indestructible) ruina, la entropía desplegada ante los ojos de la imaginación con una capacidad de síntesis que sólo los grandes o los visionarios -la eternidad está enamorada de los frutos del tiempo- pueden llegar a transmitir.
A veces parece que el unánime ditirambo y elogio hacia la obra de Antonio Gamoneda, resultara también, de algún tortuoso modo, una paradoja, puesto que si bien el poeta nos transmite y nos comunica, quiera o no quiera, su angustia, sus ausencias, su pétreo devenir, es en ese grito mudo donde observamos la grandeza inimaginable y -con ella- la inutilidad absoluta, per se, del acto poético. Es como si el mero hecho de su poesía (como suceso escrito-leído) demandara el mutismo con una dignidad que se escapa del razonamiento, ya no lógico, sino moral. Por eso en su obra se detecta una ética desplegada con apariencia de vacío, y es ahí donde la Belleza se aproxima a la Bondad en una suerte de platonismo irónico porque no se fundamenta en la idea, sino en la evasión de la idea (pero mi sueño vive debajo de tus párpados) como algo ya apuntado, deja vu de ese sueño, que sin embargo late profunda y palpablemente con la fuerza de la verdad, de la valentía, y es que la Descripción de la mentira, define precisamente mirar cara a cara a la verdad.
La poesía de Antonio Gamoneda como amor profundo a la palabra, como bálsamo negro y luminoso, como delicioso vacío, desapego de frutos que no son exactamente del acto, ni del por venir, ni siquiera de la memoria, si no de aquello que se halla en el centro, acaso de la palabra y de sus huesos.

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