
Otra conjetura habitual es que el tono cromático de la luz en estos días se asemeja más al de los sueños, o a ciertos recuerdos de la niñez. Días infinitos en que uno leía en el salón o miraba sin más las carreras de la lluvia contra el cristal de la ventana.
Sin embargo ayer encontré otra explicación que sirve además para cierto sentimiento de difusa eternidad que se experimenta también. En los días nublados la conciencia del tiempo es distinta por la sencilla razón de que las referencias luminosas varían. Con el sol en el cielo uno puede adivinar aproximadamente qué hora es, o al menos en qué momento del día se encuentra, en los días nublados es más difícil. Ni siquiera nuestra sombra (que en algunas culturas es la representación del alma) se tiende hacia uno u otro lado del camino para indicarnos a modo de reloj solar el momento en que nos encontramos. Lo cierto es que el tiempo es uno de los mayores vectores de destrucción que existen si no el que más y tal vez lo más próximos a la eternidad que podemos estar es cuando nos olvidamos de él. Aunque decía Paul Celan que la eternidad también envejece.
En fin, valga esta reflexión que el gran David Caspar Friedrich (y por extensión la pintura romántica alemana) ya insinuó en algunos de sus cuadros. Concretamente este Monje y mar siempre me ha parecido que se aproxima a cierta posible explicación, siempre insatisfactoria, que (espero) no se desvele nunca hasta la hora de marchar, ojalá que con los ojos hacia el cielo.
En fin, valga esta reflexión que el gran David Caspar Friedrich (y por extensión la pintura romántica alemana) ya insinuó en algunos de sus cuadros. Concretamente este Monje y mar siempre me ha parecido que se aproxima a cierta posible explicación, siempre insatisfactoria, que (espero) no se desvele nunca hasta la hora de marchar, ojalá que con los ojos hacia el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario