jueves, 26 de febrero de 2009

Tristeza para los buenos momentos


Entre los varios tipos de poemas que uno puede leer los hay que producen un sentimiento de admiración intelectual, otros que generan una grata sensación de perplejidad, otros transmiten cierto recogimiento o incluso una sutil paz que a veces se agradece en ciertas tardes perrunas. Sin embargo, personalmente, prefiero aquellos poemas que me recuerdan que el mundo es tan hermoso como triste (triste precisamente por su belleza perecedera) y ese descubrimiento estético y vital me ayuda a trasegar la sucesión de instantes de caída que gotean inevitablemente a lo largo y ancho de las jornadas, es decir me dota de la fuerza y alegría que se necesitan de vez en cuando, aún demostrando que también son efímeras. Cuando tengo la fortuna de encontrar uno de esos poemas sé que estoy frente a un autor con la suerte (o la intensa mala suerte) de ser capaz de mirar las fauces de la verdad con los ojos abiertos.
Ahora -y con la palabra "ahora" me refiero a los últimos 15 o 20 años- que Bukowski está de moda por sus peores textos y que se le ha imitado hasta la náusea tantas veces, se tiende a olvidar que era un poeta extraordinariamente dotado para la piedad, esa ética en los márgenes de la muerte. Supongo que permanecer en esa visión (y dudo que salvo enfermedad nadie esté obligado a permanecer ahí) puede provocar que te suicides o te bebas cada noche un litro de aguachirle de 50º o acabés de inquilino de una torre aneja a una casa donde un carpintero cepilla mesas. Tal vez por eso los más grandes y los más idiotas, optan por ese camino. Este conocido poema (que además se titula así) del californiano tiene dentro más biografía que muchos ladrillos de 500 páginas.

Poema


Oigo incluso cómo ríen
las montañas
arriba y abajo de sus azules laderas
y abajo en el agua
los peces lloran
y toda el agua
son sus lágrimas.
oigo el agua
las noches que consumo bebiendo
y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj
se vuelve pomos en la cómoda
se vuelve papel sobre el suelo
se vuelve calzador
ticket de lavandería
se vuelve
humo de cigarrillo
escalando un templo de oscuras enredaderas...

poco importa

poco amor
o poca vida
no es tan malo

lo que cuenta
es observar las paredes
yo nací para eso

nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.

3 comentarios:

Bernardo Gamboa Sánchez dijo...

Excelente elección. A veces la tristeza también se escucha en mi reloj.

Miguel Angel Gara dijo...

Pues sí Bernardo, en el mío también. El tiempo no deja de ser un vector bastante cabrón.

Virginia Edit Perrone. dijo...

"....nací para robar rosas de las avenidas de la muerte."

Maravilloso si fuera él todo el Poema.
Tantas veces escribimos para que la Verdad Poética decante en el último verso. Y hay que soportarlo.