viernes, 26 de marzo de 2010

Bolaño y El tercer Reich

Bolaño escribió, no sé bien en que libro (creo recordar que en uno de los cuentos de Putas asesinas) que un sueño y un milagro vienen a ser la misma cosa. Estoy convencido que el denominador común que tienen todos los escritos de Bolaño, prosa y poemas, es que tratan de narrar -o apresar o inventar o traer de algún ignoto lugar- un sueño. A veces ese sueño tiene la forma de una duermevela corta y abrupta, acaso triste y feliz, y a veces configura una de esas pesadillas temibles, de las que agotan y transforman en otro, de las que transcurren dentro de la niebla, entre el sudor y la sangre y las interminables lágrimas.
Tras leer El tercer Reich, llego a la conclusión de que el verdadero milagro (un milagro más bien negativo) es que nadie se diera cuenta hasta casi acabados los años noventa de la dimensión de este escritor. Desde luego es importante resaltar el desdén absoluto que Bolaño decía tener (y dado su “ostentoso” estilo de vida no hace falta ser Hércules Poirot para darse cuenta de que decía la verdad) por las mentiras y los cócteles y los estómagos agradecidos del mundillo literario de su época (que es el mundillo literario de todas las épocas) pero eso no explica del todo por qué un escritor de esta talla que además se presentó y llegó a ganar no pocos premios (algunos incluso de cierto prestigio dentro de la corrala nacional) y que envió sus libros a editoriales más y menos prestigiosas, fuera mayormente despreciado por los editores y apenas buscado o citado por lectores y autores. Que Bolaño termine al cabo de los años siendo o no un clásico es algo que nadie puede saber. De momento lo único de que podemos estar seguros es que es un escritor extraordinario en el sentido literal de la palabra y para muchos lectores (entre los que me cuento) una aparición fundamental.
El tercer Reich es una de sus mejores novelas. Para mí la mejor tras Los detectives salvajes y su obra maestra, la enigmática 2666, incluso diría a riesgo de exagerar que en algunos aspectos las supera. Ya La pista de hielo, un largo relato escrito al parecer por la misma época y editado también recientemente, me había parecido una joyita, un camafeo digno del Benbenutto Cellini en que muta el escritor chileno en las distancias cortas como bien demuestra en muchos de sus impagables cuentos. Sin embargo El tercer Reich es una novela (que siempre es una obra más ambiciosa que el cuento -aunque no necesariamente mejor- precisamente porque debe reflejar la imperfección en la que se desenvuelve la realidad) que además se trata de una novela mayor. La apariencia de diario que un joven turista alemán aficionado a los Wargames de mesa escribe durante unas vacaciones en la costa catalana a finales de agosto, va tornándose poco a poco, con la majestad de la oscuridad del atardecer sobre el Mediterráneo, en un estudio sobre la naturaleza del mal y sobre la materia de los sueños, los dos grandes temas que realmente obsesionaban a Bolaño.

Como ha dicho últimamente Patti Smith, es probablemente la presencia asfixiante de la muerte que le predestinaba en breve su enfermedad de difícil solución, lo que dotó a Bolaño de la fuerza para mirar cara a cara en sus últimos libros a la Destrucción. Sin embargo, en El Tercer Reich que escribió en teoría antes de que se constatara la gravedad de sus problemas hepáticos, esa presencia ya es por momentos angustiosa. Bolaño posee una pericia extraordinaria para exponer los hechos con limpieza, para crearnos una apariencia de realidad, bien asimilada de Kafka, uno de sus maestros, mientras se va filtrando como un hedor indefinido o una oscuridad imprecisa, la muerte, el Gran Enemigo, el Horror. Si bien esa presencia aunque difusa se debe a las apreciaciones del personaje, a la visión del narrador, no deja de ser cierto que es el autor el que nos plantea el enigma. El autor es la esfinge aunque por momentos también pueda tener la tentación de ser Edipo, especialmente cuando el tebano interpela a su interrogadora diciendo aquello de “Escucha, aún cuando no quieras, musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura.” Sin embargo Bolaño no ve y mucho menos pretende dar una solución a su propio enigma. Tan sólo lo plantea, lo expone porque no puede hacer otra cosa y porque una de sus aspiraciones como el poeta que consideraba ser a juzgar por lo que declara en algunos artículos y entrevistas, era dejar símbolos abiertos, que son sellos por abrir, trompetas (seguramente más de Miles Davis que de Jericó) por tocar, luminosos abismos donde se refleje la oscuridad a la que podemos llegar y que somos.
He disfrutado intensa, profundamente de la lectura de El tercer Reich, una novela que dicho sea de paso desmiente algunas de las más estúpidas críticas de sus enemigos como la de que Bolaño es un escritor aburrido, en el sentido de complicado o críptico o inane, o de que es un narrador demasiado airado, pagado de sí mismo. Esta historia está agujereada de pasadizos y de troneras a los sótanos más sórdidos y a las alturas más abisales, pero no puede ser más sencilla, ni estar narrada con mayor simplicidad (iba a poner placidez, pero no sería acertado). Un tono aparentemente menor que se transmuta como esas lámparas de los cuentos orientales de las que al frotarlas con la palma de la mano se liberaban pavorosos espíritus, en el enigma (y en la certeza) que tiene que ver con los sueños, con los sueños de la razón y con los dioses que los devoran, más que con los argumentos de los mendigos espirituales que somos cuando tememos a la vigilia o al amor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me uno a todos esos puntos sobre las íes que has puesto en este comentario sobre Bolaño.
AJ

José Ramón Huidobro dijo...

Bonita conversación tuvimos sobre Bolaño el otro día. Así con una cerveza, de la mejor forma.

Miguel Angel Gara dijo...

Sí, aunque la recuerdo precisamente como un sueño. Imagino que ya el alcohol hacía de las suyas en mi desentrenado cerebro, anticipando el resacón homérico que llegaría al día siguiente.
Un abrazo