Cada vez se ponen más en evidencia las esencias irrebatibles de los últimos dos siglos (o sea, al menos desde el romanticismo) respecto a un conocimiento jerarquizado y mediatizado por la acostumbrada élite de “intelectuales orgánicos”, en la terminología que acuñó Gramsci. Élite, que, por cierto, ve cuestionado su poder, probablemente más que en ningún otro momento de los últimos doscientos años (incluyendo la mayor parte de las guerras y revoluciones) y, por ende, puestos en tela de juicio sus presupuestos ideológicos (en cuanto económicos,
of course) a causa, entre otros factores significativos, de las redes de información.
A pesar de la inevitable tendencia refractaria de esos sectores acomodados a aceptar lo nuevo (asimilar los cambios equivale psicológicamente a cuestionar las propias certezas, tal vez es por ello, unido al temor a la pérdida de privilegios, que individuos de círculos muy diversos tiendan absurdamente a trivializar e incluso a negar su propia contemporaneidad) no pocos pensadores y escritores actuales, desde Vicente Verdú hasta Jesús Ferrero pasando por Félix de Azúa, por citar casos de intelectuales de cierta edad próximos al escenario literario español, ha caído en la cuenta que el concepto de cultura ha mutado rápidamente.
A riesgo de parecer exagerados y utilizando la comparación reciente de Azúa, diríamos que el sistema está cambiando desde un “paleolítico” fundamentado en un concepto de “negatividad” con que se nos aseguraba que culminaba el desarrollo histórico contemporáneo (el arte como post-arte, la modernidad como post-modernidad, el fin de la historia etc, etc.) y su correlato en la institucionalización y consiguiente desactivación del factor crítico o de protesta, a un “neolítico” (siguiendo con la misma comparación del escritor catalán) basado en la libertad de circulación de contenidos, en la vuelta a labores artesanales (en cuanto a que son realizadas sin intermediarios ni complejos procesos de producción), al acceso universal e ilimitado al conocimiento, a la obliteración del concepto de Autor, tan rocoso desde el romanticismo y al cuestionamiento de los receptáculos preponderantes durante los últimos siglos –por ejemplo el museo o el libro como métodos definitivos de exposición y recopilación cultural- a unos formatos más abiertos, más fragmentarios (aunque no por ello necesariamente menos rigurosos) más basados en la indexación, en la interacción y en los enlaces a grandes cantidades de datos sobre un medio menos físico o más “líquido” parafrasesando a Zygmut Kauman.
En el ensayo escrito en 1910,
De lo espiritual en el arte, el pintor Vassili Kandinsky mantenía que el arte en un determinado momento se transforma en un arte vacío que no “genera futuro“
Me parece interesante en particular la expresión “generar futuro” para aplicarla a los derroteros por donde se mueve la literatura (y concretando en lo que nos toca aquí) la poesía actual en España.
Haciendo un resumen de la situación, se podría decir que se ha mantenido en los últimos tiempos la influencia pendular (como ha sido en la tradición occidental reciente) entre las poéticas de corte esencialista que tratan de inquirir en la palabra sin preponderar al “sujeto doliente” por decirlo en terminología prefreudiana, que experimentan con los significantes del lenguaje, que no hacen ascos al sincretismo con otras artes y que surgen (formalmente, al menos) a partir de los poetas franceses de finales del siglo XIX como Mallarmé, sin olvidar la herencia de la mística, especialmente de San Juan.
Y por otra parte encontraríamos las poéticas de la subjetividad, de la mirada personal, o de la no-ficción (como se autodenominan últimamente y con algo de candor ciertos autores de esta corriente) tendentes a lo elegíaco y a lo autobiográfico (o si se quiere a la experiencia, como definió el celebérrimo ensayo de Robert Langbaum) e insertadas para bien y para mal en una tradición tampoco en absoluto novedosa, dado que se remonta por lo menos a Catulo.
Sobra decir que, obviamente, esta descripción a trazo grueso, deja fuera numerosas poéticas mestizas a caballo entre ambas tendencias, o incluso fuera de ellas (como la poesía visual, el monólogo dramático, el
kitsch -en cuanto a emulación de estilos pasados o existentes-, el
slam etc.) pero que, seguramente podrían sin esfuerzo adscribirse a una y a otra pulsión esencial, si atendemos a su motivación y a sus consecuencias.
Sin embargo, introducida como una cuña dentro de ambas corrientes se halla (y en realidad siempre se ha hallado también desde el romanticismo) una sensibilidad que concierne a todas estas formas de expresión pero que parte de una mirada más enfrentada al mundo en el sentido fenoménico e influida abiertamente por una realidad no más personal que colectiva o colectivizada, en ocasiones -aunque en absoluto siempre- con una tendencia a la expresión (o a la comunicación) más asamblearia y a veces a una búsqueda intersticial de conceptos o de ideas que no renuncien a la potencia de la
poiesis como epifanía o alumbramiento (tal y como contemplaba Heiddegger) en perjuicio de su definición como actividad puramente estética.
Esta poética suele llevar implícitas una búsqueda de sentido humano infravalorado o disminuido en tiempos (¿para qué poetas en tiempos de miseria?) en que las relaciones -también las literarias- se mercantilizan y los anhelos se cosifican. El lenguaje tanto como medio de re-definición del mundo como herramienta de ruptura del logos establecido.
Ritual, el último libro del poeta
Ernesto García López, es un poemario que pertenece a esta última filiación. Una sensibilidad que expresa necesidad de sentido y que trata de definir al hombre contemporáneo una vez desenmascarados (excepto para las élites citadas anteriormente, los ciegos y los interesados) los excesos de la postmodernidad y su abuso del simulacro que el último capitalismo generó (especialmente desde la primera crisis del petróleo) para desactivar la vertiente crítica de la cultura y en último término ocultar las carencias de un sistema económico y social que se ha revelado insostenible. En definitiva una poética que ataca el cuerpo central del problema: la negatividad de un arte (o post-arte, o post-literatura) que ni resuelve ninguna de las cuestiones actuales ni procura una definición a los retos más inmediatos.
En
Ritual, no se aprecian las proclamas tan desarmantemente evidentes como inanes de ciertas poéticas de la “crítica social” o de “la conciencia social” entre otras de sus denominaciones que probablemente con buenas intenciones (o a veces precisamente por culpa de ellas) vienen a delatar una insuficiencia para desarrollar un camino exigente, y al cabo, útil para descentrar, o al menos poner en tela de juicio, los discursos imperantes. No,
Ritual, sube a la estela de otros autores y obras ya en curso desde hace años en España (Enrique Falcón, Antonio Méndez Rubio etc.), el símbolo toma el testigo de la alegoría en un ecosistema generativo de sentido. Poesía para ideas y conciencias libres pero también críticas. En definitiva, poesía que tiende (también como tensión) a ese anhelo máximo que solicitaba Kandinsky: “Generar futuro”.
Una compatriota del gran pintor ruso, Marina Tsvetáieva, decía que la contemporaneidad, en el arte, es la influencia de los mejores sobre los mejores, a diferencia de la actualidad que es la influencia de los peores sobre los peores.
Ritual es un libro contemporáneo de un autor contemporáneo, Ernesto García López, con una poesía que sin dejar de estar insertada en el mundo, busca, con exigencia y dignidad conceptual, afrontar nuestra contemporaneidad. Desde el arte y la generación de sentido, nuestro “saber estar”, no precisamente fácil, por cierto, en estos momentos.