lunes, 18 de diciembre de 2006

Buen libro, mejor poeta

A veces los que emborronamos con versos pantallas electrónicas (¿Por cierto hace cuánto tiempo que usted no escribe en un papel?) olvidamos que la piedad no siempre es lo mismo que la lástima (o que tocar madera cuando pasa un coche fúnebre). Piedad como capacidad de estar en las personas y en las cosas sin ser Rocco Sigfredi ni haber tomado K. Pues piedad y sobre todo poésia le sobran a Alvaro Muñoz Robledano. Su último libro: Salvoconductos. Va un comentario.

Si se asume que no hay más poesía que la buena poesía, ninguna época ha estado sobrada de poetas. En estos momentos, sumergidos como estamos hasta las cejas en la cultura audiovisual, tienta pensar que el desierto de la palabra poética es aún más árido. Sin embargo, entre los pliegues neobarrocos de tanta información intrascendente, tanta estrella mediática y tanta codicia literaria surgen autores de una dignidad a prueba de bombas (y de controles de seguridad de aeropuertos), herederos de esa vocación baudeleriana de “Ver el mundo, estar en el centro del mundo y permanecer oculto al mundo”. Alvaro Muñoz Robledano (Madrid 1966), el poeta cuyo libro nos ocupa en esta reseña, es un representante de este modo de entender la literatura y la vida. Salvoconductos hace el quinto poemario publicado por Muñoz Robledano. En sus anteriores libros aparecían las sombras luminosas y las breves eternidades de unos poemas con vocación de apresar las cosas transidas, aquello que ha sido desdibujado por el óxido del tiempo. Con algo similar se encontrará el lector en este nuevo poemario, pero además asistirá, entre el vértigo gamonediano que generan las ascuas de una memoria muy bien surtida, a la evocación de una época palpable en sus hitos cotidianos y sujeta a la mirada piadosa del poeta, un mundo nacido ya incompleto, la realidad No-toda, que postula Zizek, contemplada desde una suerte de solidaria perplejidad. Porque la poesía de Muñoz Robledano tiene algo de aterido, de expuesto, con la tendencia a la violenta melancolía de los trenes, de los hoteles de paso, de los corderos desollados “Lo que pueda olvidar cabe en este cigarro”. El poeta se descubre a menudo en el subjuntivo y, más veces de las que tal vez él mismo querría, al otro lado del espejo, alejado de una felicidad que no atesora, ni lo pretende, tal vez porque sospecha que lo que se posee se destruye con más rapidez, y eso incluye lo más querido “…como la mano / lejos del mar. Lejos de la otra mano”. Saint-John Perse, José María Alvarez, acaso Pessoa, Alvarez Ortega, Kavafis, Juan de la Cruz como influencias ineludibles. Versos mimados y deletéreos que se consuman como hojas en el otoño de cada poema, ritmos que tienden hacia el metro clásico y a menudo hacia el versículo, por otra parte muy apropiado aquí para escandir las elocuentes elipsis y las duraderas brevedades que surten el imaginario de este poeta madrileño. Y desde luego no es casualidad el título: Salvoconductos, plural que a la vez da nombre a uno de los poemas con la cita de una frase de Peter Lorre en la película Casablanca: “¿Sabes que es esto? Algo que tú nunca has visto: salvoconductos.” y es que el cine, esa otra memoria, más real a veces que la memoria de la vida con su poder para vivir tragedias en otros y ser de algún modo otros, está también presente en esta poesía. Poesía real. Poesía de un poeta real, y no es poco. © Miguel Angel Gara

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