Al fin se murió el maestro en una semana en la que se nos fue también Antonioni. Aunque pudieran parecer los mismos perros con distinto collar, me da la sensación que mientras este último siempre cosechó (al menos una vez aposentado el impacto estético de sus películas "sesenteras") pitos y aplausos, de Bergman lo peor que pueden decir incluso sus posibles enemigos es que era un artista de una independencia a prueba de bombas. Un cineasta que siempre hizo lo que quiso, pero con un talento, además, fuera de lo común. Y eso con la única limitación del presupuesto, que en su caso no sólo fue nunca un impedimento para hacer películas soberbias sino un acicate.
El séptimo sello, El manantial de la doncella, Las fresas salvajes, El silencio, Los comulgantes, Persona..., decenas de obras maestras, patrimonio de la humanidad, donde el genio de Uppsala destila cinematográficamente poesía en las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, la soledad, el tiempo, el miedo.
Me encontraba en Suecia cuando la noticia, y me sorprendió y no me sorprendió una entrevista que le hacen a Woody Allen al respecto. Allí el (otro) genio de Manhattan declara que Bergman le había dicho que no le gustaría morir un día soleado. En Suecia son más comunes de lo que la gente podría pensar los días soleados pero puede que cuando el maestro exhalara el último suspiro pasara por allí una de esas nubes que llegan desde el ártico a fundirse con las tonos verdes de una tierra en la que predomina la claridad esombrecida del agua. Nos quedan los sueños hechos película de este promiscuo y gigantesco cineasta.
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