viernes, 21 de septiembre de 2007

Verano asesino



El hijo es un relámpago de futuro que nos deslumbra, por él he visto, más allá, más adentro y más lejos, y quizás, ay, eso basta.


Francisco Umbral




En este acabado verano de vientos nórdicos se nos han ido muriendo los artistas. El más famoso (con permiso del futbolista Antonio Puerta, artista de su efigie de hoplita caído) ha sido Umbral. Y como no comenté nada en su momento, escribo ahora unas palabras a modo de (enésima) elegía al maestro. Primero de todo es evidente que no se puede escribir de Umbral sin acabar contagiado por su estilo entre desmañado, riguroso y distante, entre chusco, poético y sentimental. Es el estilo Umbral que le ha caracterizado, que le caracteriza como Umbral, y eso ya por sí mismo define el calibre de un escritor. Pero a diferencia de otros autores influyentes, en su caso además cuenta la valentía de una vida hecha literatura y más que para la literatura, por la literatura. Porque escribir, escribía Umbral con la pasión y feracidad con que había vivido y amado a sus mujeres, con sus elipsis excelentemente no-dichas, o sus metáforas que comienzan a ser poéticas cuando acaban y se sitúan en la inexistencia de una nocturnidad o en una supuesta canallesca de salón, con enemigos quevedianos y abrazafarolas acosando en las esquinas blandos como villanos de mentira, aunque en los salones del Palace lo sean de verdad y muy de verdad. A pesar de que se le juzga un escritor barroco por su estilo, y probablemente lo sea, creo que Umbral era un buscador de pureza, verbal o no. Lo que le diferencia de un poeta es que mientras éste último intenta escoger las palabras, renqueando en la gramática inefable y a veces cruzada de la poesía, él se servía de las suyas para huir hacia adelante, para catapultarse a una pasión inmensa por el verbo y a un verbo inmenso por la pasión.
El único problema de Umbral como ha apuntado Gándara y otros es que su búsqueda, a veces patética, del reconocimiento a toda costa le impidió paradójicamente ser más reconocido como escritor. De todos modos yo creo que Umbral en el fondo era un hedonista que lo que buscaba era vivir bien, la gloria literaria para después de muerto se la traía probablemente floja, como tantas otras cosas. Puede que fuera un egoísta pantagruélico, puede que fuera un hombre destrozado por la pérdida de su único hijo. Qué más da. Él vio en la literatura (o más bien en la belleza que desvela la literatura) esa forma de estar en el mundo sin estar, ese atarse sin atarse a los trabajos y a los días. Y nos lo dejó bien escrito, aunque al final también se lo lleve el viento.

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